23 marzo, 2013

El Gato de Cheshire. Lewis Carroll.

Los que leímos o vimos en el cine alguna de las versiones de la novela de Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas, seguramente nos quedamos encantados con este extraño felino que aparece y desaparece delante de Alicia, llenándole el tiempo de conversaciones entre filosóficas y absurdas, y que cuando decide irse tiene la capacidad de hacerlo gradualmente, dejando para el final su gigantesca sonrisa.


Varias versiones han circulado sobre la fuente de inspiración de Carroll al momento de crear este personaje aunque la más cercana a la realidad probablemente sea que Carroll conocía acerca de los gatos de Chester, una región portuaria de Inglaterra, perteneciente al condado de Cheshire. Esa zona es famosa por su producción de lácteos, entre ellos exquisitos quesos.
Los gatos del puerto, se alimentaban de los ratones que llegaban en los barcos que transportaban esos quesos. Suculentos ratones llenaban las panzas de esos gatos y tan satisfechos quedaban que el saber popular decía que hasta reían de felicidad!
De ahí, que el escritor tomara ese dato como el gesto más característico del Minino de Cheshire.


Este personaje tiene muchas frases desopilantes en el libro, entre ellas, este hermoso diálogo con Alicia:



“- Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, que camino debo seguir para salir de aquí? -

- Eso depende en gran parte del sitio al que quieras llegar - dijo el Gato.
- No me importa mucho el sitio…- dijo Alicia.
- Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes - dijo el Gato.
- … siempre que llegue a alguna parte - añadió Alicia como explicación.
- Oh! Siempre llegarás a alguna parte - aseguró el Gato - si caminas lo suficiente!
A Alicia le pareció que esto no tenía vuelta de hoja, y decidió hacer otra pregunta:
- ¿Qué clase de gente vive por aquí? -
- En esa dirección - dijo el Gato, haciendo un gesto con la pata derecha - vive un Sombrerero. Y en esta dirección - e hizo un gesto con la otra pata - vive una Liebre de Marzo. Visita al que quieras. Los dos están locos.
- Pero es que a mí no me gusta tratar a gente loca - protestó Alicia.
- Oh! Eso no lo puedes evitar - repuso el Gato - Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca -
- ¿Cómo sabes que yo estoy loca? - preguntó Alicia.
- Tienes que estarlo - afirmó el Gato - o no habrías venido aquí - "